Barcelona afronta este 2020 con casi los mismos retos con los que empezamos el año pasado: la potencia de su acción económica, el desempeño de su fortaleza cultural, el cuidado de su acción social o la recuperación de su capitalidad, tanto en España como en Europa. En tan solo cinco años hemos pasado de tener una de las capitales del mundo más reconocidas y admiradas, jugábamos siempre la liga de las grandes urbes mundiales junto a París, Sidney, Londres o Nueva York, a vivir en una ciudad que pasa por una de las mayores crisis de reputación que recordamos de su historia reciente.
Mientras en Madrid celebran una “Cumbre del Clima” organizada en 20 días, Nueva York explota con la llegada de turistas especialmente durante las fiestas navideñas, París se consolidad como la ciudad en la que se mezclan exclusividad, lujo, elegancia y sofisticación a partes iguales o Londres, a pesar del Brexit, sigue vendiendo su estilo de vida como su principal activo, Barcelona ha perdido su valor diferencial. Habíamos sabido explotar, quizás como ninguna otra ciudad había hecho antes, la gran transformación urbanística, económica y social que supuso la celebración de los Juegos Olímpicos en 1992. Pero casi 30 años después no podemos seguir viviendo de las rentas. Barcelona debe resituarse en el mapa, explotar sus puntos fuertes y volver a convertirse en polo de atracción de turismo de calidad, inversión y talento.
El poder de la marca Barcelona es un enorme valor intangible en el entorno globalizado en el que vivimos. Tenemos la ciudad y tenemos la marca, solo hay que recuperarla, cuidarla, trabajarla, fortalecerla y consolidarla. Y eso es responsabilidad de todos: instituciones, empresas y ciudadanos. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad para entre todos volver a construir y vender en el exterior nuestras ventajas competitivas. Solo tejiendo estratégicas a largo corto, medio y largo plazo lo conseguiremos. Me niego a dejar pasar otro año, o lo hacemos ya o lo lamentaremos durante mucho tiempo. ¿Empezamos?