No es frecuente que te inviten a un fest de documentales un domingo por la noche, pero si ocurre, y además sin cenar, pues camisa planchada y colonia en el cuello.
La cola en el cine prometía y es que Miles Davis ostenta una legión de fans. Recuerdo que en mi pueblo, Badalona, un comando friki le dedicó una calle d’estrangis, cosas que se te graban en la mente cuando transitas por la adolescencia.
Y yo sin cenar. Por suerte la de la puerta indicaba que había palomitas y birras. Todo un detalle. Y en una sala a rebosar con una sessión de dj moderno. Ah, !claro! si esto es el In-edit el festival de docs hipster.
No es facil que un documental te enganche desde el minuto uno. Y mucho menos que te tragues dos horas sin pestañear y eso que servidor es más de Trane. Detalles asombrosos de su bio y algunos especialmente escabrosos, violencia de género incluida. Pero por encima de todo, un genio abocado a la creación, donde la repetición no tenía lugar. Toda una vida dedicada a una creación desbordante y sin dar tregua a sus colaboradores, a saber: el propio Trane, Herbie Hancock, Zawinul o el propio Quincy Jones.
Y después de dos horas de sexo, drogas y rock & roll, te vas para casita con cara de no haber roto un plato y envidioso de que se ligara a Juliette Greco, por no hablar de componer una banda sonora sin partitura, sólo tocando en directo mientras veía la proyección. O tocar seguidillas y hacer reir y llorar su trompeta cuando descubrió el flamenco en la plaza Real de Barcelona.
Eso sí, Miles Davis era de buena familia.